lunes, agosto 10, 2009


Una foto de la miseria



Sé que no voy a olvidar esos ojos, esa mirada. No era tristeza, era más. Era algo raro. Era esa forma rara y siempre distinta que la miseria imprime en un ser humano. En unos pocos minutos me habló de su casa, su vida, su fe, sus perros.
Había sol en esa mañana de Buenos Aires. Todo era sol, menos esos ojos.
Las chapas de los techos de las casuchas resplandecían, hasta las más oxidadas. Yo andaba caminando, como en otra cosa, y ni lo vi venir. Sólo escuché su voz que fue una pregunta.
–¿Qué, estás sacando fotos?
Lo miré. Parecía un gnomo, un duende bueno y abaratado, harapiento, con esos ojos calmos y afligidos y una barba rala color ceniza. Llevaba un pulóver verde percudido, pantalones viejos y muy sucios que terminaban metidos en sus medias alguna vez blancas o grises, y las zapatillas de un número mucho más grande no tenían un solo pedazo sano.
–Sí –le contesté, y agregué en broma- ando sacándole fotos a las chicas lindas del barrio, y el grupito de mujeres que pasaba justo por el mismo pasillo advirtieron la broma, y contestaron.
–Ah, bueno, ¿qué esperás entonces para sacarnos a nosotras?
Me reí, armé la pantomima de una pose haciendo que les sacaba una foto, ellas se juntaron, dijeron whisky con los labios mirando a cámara y yo les hice clic clic con un chasquido de labios. Todos volvimos a reírnos, todos menos el duende bueno de barba ceniza. Pareció contrariarse.
–Ah, no estabas sacando fotos. –Sí, le insistí. –¿Me sacás a mí? –Dále- y le tomé una foto.
–¿Y a mi casa? ¿No querés sacarle fotos a mi casa? –Vamos.
Y fuimos. Caminó unos metros y por un hueco carcomido en la pared se metió hacia los subsuelos de un edificio casi abandonado, y con la mitad de su cuerpo desde el agujero me hizo señas para que lo siguiera. La luz del sol pareció quedarse allá lejos en la superficie. Entre las sombras pude ver que el nivel de la basura alcanzaba hasta casi medio metro del piso. Avanzamos entre trapos, botellas, cajas, pedazos de madera, y todo tipo imaginable de cosas sucias, viejas y abandonadas. Ahí vivía. Su “casa” eran unas chapas y maderas desordenadas en medio de ese basural subterráneo.
Un detalle. No sé ni cómo se llama. No le pregunté.

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